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Comunicación y sociedad III


A dos años, todas las voces. Por Alicia Kirchner

El 10 de Octubre del 2009, la Cámara de Senadores aprobó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Fue una larga noche de de debate que indicaba una larga conquista. Luego de casi 20 horas, más de 50 oradores y una continua Plaza llena de militancia y compromiso, se llegó a la votación final. Hubo llantos, abrazos, se entonaron las estrofas de nuestro himno, se tuvo conciencia plena de un verdadero cambio: la libertad de expresión dejaba de ser privilegio de pocos para convertirse en el derecho de todos.

Ese concepto, ha sido manipulado a conveniencia a lo largo de nuestra historia. Hoy, escuchamos cotidianamente que en nuestro país “no hay libertad de expresión”. Esa afirmación se contradice en si misma, porque poder enunciarla abiertamente, en más de 200 medios y en horario central, es un claro acto de poder ejercerla. Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Qué es lo qué esta ley vino a romper? Es sencillo: la conformación de monopolios de la información, que hablan desde la especulación e intereses particulares, y cuando esto sucede no hay lugar para la verdad. Sólo para la conveniencia. Y eso no es libertad de expresión.

La construcción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue producto de un proceso participativo, plural y de consulta popular inédito. Los grandes medios pueden negarlo, pueden mostrar todos los días ese divorcio entre la realidad y la virtualidad porque están concentrados en pocas manos. Pero justamente es eso lo que esta ley buscó, y aún busca, revertir. Queremos más medios en más manos, y poder tener una real opción a la hora de elegir que es lo queremos oír, leer o ver. Una ley democrática es, en esencia, superadora. Seguramente será perfectible, y en eso también tenemos que trabajar. Pero no desde la gestión de un gobierno, o de un signo político, sino siguiendo el mismo camino que llevó su construcción: el de la participación y la militancia de todos y todas.

Aún nos queda mucho por hacer. Y eso lo notamos en los grandes debates y en los pequeños detalles. Que en Palpalá o Villa Río Bermejito, el canal de televisión sintonizado sólo nos muestre el pronóstico de la ciudad de Buenos Aires o el embotellamiento en la Panamericana, es un claro ejemplo de que no todas las voces, ni todo el territorio, ni todas las realidades están siendo representadas. Por lo menos no aún en los históricos formadores de opinión. Pero también es claro, que el desafío recién empieza.

La libertad de expresión es un derecho y como tal todos y todas somos protagonistas. Es la posibilidad de crear una nueva forma de expresarnos, que llegue a cada barrio, que represente a cada barrio, es la posibilidad de que todas las voces sean escuchadas. Todas, aún las que no nos gusten. Sólo así lograremos el consenso necesario para seguir construyendo esta Patria Grande. Consenso que debe surgir del debate continuo. Debate que debe incluir y representar a todas las miradas.

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